La conversación

Está claro que discuten, no entiendo que dicen ni aun pegando la oreja a la pared, pero es una pelea seguro. Incluso se nota que él se encarniza más. Fijo que están hablando del tema… ¡Bah! ahora sí que no me entero de nada por ese ruido de motor de coche que ruge como si estuviese aquí en la habitación. Por fin parece que se va… pero sigo sin pillar nada, solo me llegan las voces agitadas. Cuanto más quiero escuchar menos oigo, y eso que de vez en cuando desde mi dormitorio capto con cierta nitidez lo que dicen en el de su apartamento. Bueno y cuando lo hacen ni te cuento lo que se oye, me acuerdo particularmente de una noche que parecía que estuviese golpeando la pared un caballo encerrado un mes en el establo. Él siempre acaba gritando como el infraser que es y ella al principio empieza con gemiditos ahogados pero siempre termina en escándalo. El otro día se lo dije harto ya y tuvo la desfachatez de contestarme que era porque pensaba en mí.

Hace conmigo lo que quiere y eso que al principio no me decía nada, tan flaquita, tan lánguida, tan siesa, sobre todo cuando nos cruzábamos por el edificio yendo ella sola. Pero un viernes por la tarde me la encontré en un afterwork y parecía otra, estaba resplandeciente como si en el techo hubiesen colocado un foco que emitiese una luz de mayo que solo la iluminase a ella. «Pensaba que vivías confinado en el edificio, como en seis meses nunca te he visto en ningún otro sitio» me soltó nada más verme con un tono zumbón que consiguió sortear la música y el ruido. «Que sepas que de todos los raros que viven allí tú eres mi favorito». Yo le respondí alguna tontería tópica sin fuste que aparentemente no consiguió rebajar su interés y seguimos hablándonos muy de cerca con la coartada implícita de hacernos entender, hasta que de repente comenzaron a tirar de ella en dirección a los servicios y su voz en fuga me dijo algo así como «si de aquí vas a casa avísame y nos volvemos juntos». La perdí de vista durante un rato, pero luego la divisé en medio de un maremagnum que amalgamaba cuerpos en claroscuro, una especie de neblina y cristal en movimiento. Fui a por ella. «Espera que termine esta canción y nos vamos», dispuso como quien le habla a algo suyo.

Nada más salir a la calle tuve la sensación de que la gente, los coches y hasta los instrumentos de los músicos callejeros sonaban muchísimo más, como si de repente todo estuviese más vivo. Pero no hice ningún caso a este y otros augurios y me engañé diciéndome que era imposible que de aquí saliese algo que no fuera una aventura de una noche, ingenuamente me creía vacunado para enredarme en este tipo de líos y ella no me parecía tampoco de las que se complican la vida. Y ahora aquí estoy, después de haber estado pasando varios meses las de Caín por una tía que siempre me está diciendo que va a dejar al novio pero sigue tirándoselo pared con pared con mi dormitorio. El otro día, en nuestro enésimo encuentro clandestino en mi piso, le dije que no aguantaba más y me prometió que de esta semana no pasaba, algo en lo que no creía hasta que he empezado a oír la discusión.

¡Eso ha sido un portazo! ¡Y esos pasos son los de él!, menos mal que pasan de largo porque después del calvario que llevo solo faltaba que haya confesado que lo deja por mí en concreto y venga a pedirme cuentas. Ahora escucho algo que parece un sollozo proveniente de la habitación, ¿qué hago?, no puedo ir por si él regresa… ¿le escribo? No mejor no, creo que no es plan tampoco de molestarla en este momento ni siquiera con un mensaje. ¡Espera que vuelve el otro!… Ha entrado pero no se escucha nada. Ahora llevan un buen rato que parecen mudos… ¿Pero un momento qué es eso que se oye? ¿Esos golpes? ¡Oh no! ¡El maldito ruido otra vez en la pared no!


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